miércoles, 29 de julio de 2009

MATERIAL UTILIZADO PARA EL TRABAJO

ENTREVISTAS

ENTREVISTA A JOSÉ LUIS ARAMBURU

¿Cuándo conoció a Ponce de León? ¿Lo veía asiduamente?
A Ponce lo conocí mientras estaba en el seminario. Él era párroco en Buenos Aires y cuando lo nombraron Obispo vino un día a conocernos a los seminaristas antes de asumir como Obispo. Y ya cuando era cura, él venía a visitarme a la parroquia sin tanto protocolo, era una persona muy espontánea. Y así como era conmigo era con todos los curas. Cuando yo estuve estudiando en Europa, porque él me mandó, me escribía una carta cada diez días. Tenía una preocupación muy especial por sus curas.

¿Cómo era la relación del Obispo con la gente? ¿Buscaba momentos de encuentro, formales o informales, con ellos?
Cuando llegó a la diócesis daba la impresión de ser una persona fría en el trato, por su costumbre propia de persona que se movió siempre en la Capital. Hay una anécdota muy ilustrativa de esto. A él le gustaba ir a celebrar misa en un barrio de aquí, de San Nicolás, el barrio Colombini. Y cada tanto iba sin previo aviso un domingo. Le decía a su secretario, que era el encargado de la capilla “mañana dejá que voy yo a Colombini”. El parecido físico entre el secretario y el Obispo era asombroso. Y cuando el Obispo andaba caminando por el barrio más de una vez no contestaba los saludos, porque no acostumbraba a hacerlo. Después cuando la gente encontraba a Mancuso, que así se llamaba el secretario, le preguntaba “¿Qué te pasaba el domingo que no me saludaste?”. Para la gente que lo veía más asiduamente, el Obispo era una persona afable, muy tratable. Pero no era esa le impresión que se tenía en un primer encuentro.

¿Cómo era el carácter del Obispo? ¿Cómo era en el trato?
¿Qué le molestaba a los militares de Ponce de León?¿Por qué lo amenazaban?
Un hecho que marca un antes y un después es la actitud que toma él ante el “villazo”, esta revuelta obrera que ocurrió en Villa Constitución en la que él tomó una poestura de defensa de los obreros. Además, ellos veían “comunistas” por todos lados. La prédica de Ponce era estrictamente cristiana, sin embargo ellos la consideraban subversiva. Veían fantasmas donde no los había. A mí mismo me tildaron de cura “rojo”, cuando yo nunca me interesé por la política.

Se presume que en los últimos meses de su vida vigilaban sus homilías para saber si denunciaba acciones del Proceso ¿fue así? Si fue así ¿de qué modo lo hacían? ¿Cómo tuvo conocimiento usted de esto?
Mira, había un señor que un día empieza a venir a misa. Venía con un libro, tomaba apuntes mientras el Obispo hablaba. Uno conoce a los feligreses, porque son más o menos los mismos los que vienen siempre. Y te digo la verdad, este no se preocupaba demasiado por ocultar a qué venía. Pero además lo seguían en auto. Monseñor era muy “bicho” para esas cosas. Cuando salía a alguna parroquia de pueblo y le parecía que lo seguían agarraba por los caminos del campo. Él conocía muy bien la zona, lo perdían de vista. Además, pensamos que tenían informantes dentro de la Iglesia, a nivel local te digo. Porque en los documentos que se encontraron pertenecientes a los militares y en los que se hace referencia a Ponce, siempre se utiliza con mucha precisión vocablos muy específicos de la cultura eclesiástica. Saint Amant no era una persona de Iglesia, sospechamos que tenía algún soplón que le ayudaba a redactar los documentos. Por ejemplo, yo no entiendo nada de la escala jerárquica de los militares y por lo que sabemos de Saint Amant el no conocía de los títulos que se dan en la Iglesia. ¿Cómo sabia él que Pastor se le dice al obispo y no a un cura cualquiera? Evidentemente alguien lo ayudaba a redactar esos informes.
¿Le parece que la Iglesia jerárquica lo dejó a un lado?
El conflicto con la Iglesia jerárquica comenzó con el cardenal Caggiano. Había un seminarista de apellido Galli que era peronista militante. Caggiano no lo iba a ordenar. Este Galli había estado en plaza de mayo el 17 de octubre del 45. Ponce lo trajo a San Nicolás, seguramente le debe haber puesto algunos puntos en claro y lo ordenó. Me contaba Galli que le preguntó al Obispo si podía militar y le contestó que no; “¿Y afiliar?” “Sí, con eso no hay problema” Afilió cinco mil personas al partido peronista. La ordenación de Galli significó que Ponce quedase mal parado ante el cardenal. Después tuvo algunas actitudes que molestaron al obispo Bolatti, por ejemplo, haber recibido a curas que el había expulsado de su diócesis. El no se sentía comodo entre sus hermanos obispos, le molestaba el silencio que guardaban ante las atrocidades del régimen. La Iglesia nunca hizo una investigación profunda de las circunstancias en que murió nuestro obispo.
¿Usted cree que su muerte fue debida a un atentado? ¿Por qué lo considera de ese modo? Ya que bien podría ocurrir que los militares lo hayan amenazado pero no hayan hecho nada para cumplir esas amenazas. Aunque las amenazas hayan sido reales eso no implica que su muerte no pueda haber ocurrido por un accidente.

Hay indicios que siembran la duda. Uno es que el expediente de la causa estuvo perdido por muchos años, además sabemos que había presencia militar en el lugar, en el sanatorio no dejaron entrar a nadie a verlo solo a la madre. Y están las numerosas amenazas previas.
¿Por qué cree que hasta la justicia no haya investigado en profundidad el asunto?
¿La Iglesia jerárquica se ocupó por esclarecer la muerte del Obispo?
¿Por qué le parece que para la historia “oficial” la muerte del Obispo Angelelli fue un atentado y la de monseñor Ponce un accidente?
¿Quisiera contar alguna anécdota que recuerde del Obispo?
Cuando yo era seminarista que ya me faltaba poco para la ordenación, un día viernes le pido permiso al rector del seminario para venirme a mi casa a San Nicolás, porque estaba cansado y además ese fin de semana era mi cumpleaños. El rector me dio permiso y mientras viajaba para aquí, me agarró el cargo de conciencia. Porque viste, venirme del seminario por un motivo tan mundano, por así decirlo, como es el cumpleaños. Entonces llegué y me fui derecho al Obispado. Monseñor me recibió y me invitó a comer. Y me pregunta ¿Qué hacés mañana?. No tengo ningún plan le dije. Bueno, dice, acompañame a Capitán Sarmiento que tengo que ir porque son las fiestas patronales. Al otro día a las siete de la mañana estaba en el Obispado salimos en el 4L. Recuerdo que íbamos hablando de cualquier cosa, en un clima muy distendido. Y me dice “Vas a ver que no es fácil soportar la dieta de un Obispo”. Yo pensé que se refería a que debía alimentarse muy frugalmente. Después me di cuenta de la ironía que encerraban aquellas palabras, casa a donde llegaba lo esperaban con un montón de cosas ricas para comer. “Comé por mi –me decía- que yo no doy más”.
Además te quiero contar otra anécdota que lo involucra a él. Unos parientes míos que llegaron a San Nicolás ese 12 de julio, pararon en una estación de servicio y se pusieron a charlar con un lustrabotas y le preguntaron por qué la ciudad estaba tan convulsionada, puesto que en el centro se veía mucha gente ir y venir con las caras largas. A lo que el lustrabotas respondió “Es que se nos murió el Obispo”. ¿Entendés? Hay una gran diferencia entre decir “se murió el obispo” y “se nos murió el obispo”. Los más pobres de la sociedad nicoleña lo sentían como alguien cerca.






ENTREVISTA A MARIO LUDUEÑA (PERIODISTA).

¿Conociste personalmente a Ponce de León?
Si, cuando llegó a San Nicolás yo tenía unos quince o dieciséis años. Me acuerdo que a veces jugábamos al futbol en el Ateneo de la Catedral y más de una vez él se prendía. No era una persona que hiciera resaltar su condición jerárquica, por así decirlo. Esto chocaría mucho a la sociedad conservadora nicoleña.

¿Por qué se ganó el mote de “Obispo Rojo”?
Porque estaba cerca siempre de los pobres, además a veces aparecía rodeado de militantes peronistas, comunistas. El no era ni una cosa ni la otra, pero siempre se ocupó de aquellos sin comulgar con sus ideas políticas. Era un hombre fundamentalmente humano. Tampoco es que estaba todos los días con militantes políticos, pero bastaba con que te hayan visto una vez para que te tuviesen en la mira.

¿Cómo era la relación con sus curas?
Evitaba la verticalidad propia de la Iglesia, evitaba sacar “chapa” de Obispo. Sin embargo, los curas lo sentían como un padre. Cuando necesitaron su respaldo, el Obispo dijo presente. Una particular muestra de afecto recibió cuando en el conflicto que tuvo con el padre Celeste, párroco de San Pedro los curas más jóvenes sacaron una solicitada en apoyo del Obispo. El conflicto se originó a raíz de que Ponce de León quería cambiar de destino pastoral al sacerdote y este amparándose en el derecho canónico se negó. El tribunal eclesiástico le daría la razón al cura, puesto que el Obispo no había cumplido con los plazos que pide el derecho canónico. De todos modos, los curas jóvenes se dieron cuenta que el Obispo no había actuado de mala fe y les pareció una desobediencia y un desafío para con el Obispo de parte del padre Celeste.
Hay una anécdota que lo pinta tal cual era. La escuché yo mismo del padre Marcelo Iturbe. Él era el párroco de El Socorro, un pueblito perdido de la diócesis. Era el día de su cumpleaños, estaba solo, la gente ni se había enterado que era el cumpleaños del cura porquehacía poco que estaba en esa parroquia. A las ocho de la noche para un auto, sale a ver quien es y se lo encuentra al Obispo. “Che, me podés ayudar con estas cositas, son unas empanadas y un vino”. Después le dio un abrazo y Marcelo se hizo un mar de lágrimas “Padre no se hubiera molestado”. Luego celebraron misa juntos y aquella noche el Obispo se quedó a dormir en la parroquia.

¿Pensás que hubo gente de adentro de la Iglesia que pudo haber colaborado con los militares para eliminar a Ponce?

Ese tema es muy complejo. Mi opinión personal es que con la Iglesia jerárquica estaba distanciado, porque había tenido un entredicho con Bolatti, el Obispo de Rosario porque recibió en San Nicolás a curas que él había expulsado. Con el cardenal Caggiano, que era uno de los hombres más poderosos de la Iglesia argentina por aquellos años, también por motivos similares. Yo no creo que hayan hecho nada para eliminarlo, pero sí es evidente que le soltaron la mano. Y a nivel local era visto como un Obispo demasiado progresista, chocaba con la sociedad conservadora de San Nicolás. Desde un primer momento desearon que fuese trasladado a otra diócesis. Y los curas de acá, para mi sí hubo algún entregador. Mancuso, su secretario personal es uno. Además, considero que la designación de Monseñor Laguna como administrador diocesano después de su muerte es todo un signo: enviaron a alguien que tenía una comprensión de la pastoral más acorde a la Iglesia tradicional, de hecho suprimió la escuela de catequesis, expulsó a curas a los que Ponce había dado lugar por tener conflictos con sus Obispos. De todas las obras que hizo Ponce no queda ninguna, todas fueron desmanteladas, la última fue el seminario diocesano trasladado a Buenos Aires en el 2001. Hubo un ataque sistemático a la obra de Ponce, iniciado por Laguna y completado por sus sucesores.

Pero ¿el gran responsable fue Saint Amant?

Indudablemente. Él tenía el prejuicio de que San Nicolás era una ciudad subversiva. Él veía revolucionarios por todos lados, donde había y donde no había. Y sintió que era su misión personal terminar con la subversión. A Ponce lo tenía como un líder de la rebelión. En realidad la predicación del Obispo fue siempre estrictamente cristiana, pero él lo veía como un comunista. Yo lo conocí personalmente a Saint Amant, fue cuando vino a declarar al tribunal de San Nicolás. Cuando me vio e dijo “Yo no hice todo aquello de lo que vos me acusás en el diario”. “Sí -le dije-, todo eso y quién sabe cuantas atrocidades hiciste que no conocemos” ¿Sabés donde está Saint Amant ahora? Tranquilo en su casa. Él era el dueño de la vida de todos los nicoleños, el que vivía era porque él lo dejaba. Tenía en la mira a varios curas: el Padre Galli, Luis Lopez Molina, Raul Acosta, Pepe Aramburu, Jorge Breazú y algunos otros que no recuerdo. Galli, Molina y Aramburu se tuvieron que ir de San Nicolás (el último solo temporariamente).

¿Sabés que ocurrió con la documentación que llevaba Ponce?

A mí no me consta de que haya existido, y si existió nunca más se encontró. Vos sabés que después del accidente se perdió el báculo de Monseñor. Muchos años después lo encontraron en poder de un hombre de Ramallo. Este hombre se fue a vivir al norte y nunca ninguna autoridad se calentó en investigar cómo había llegado asu poder.

¿Creés que fue un atentado?

No sé. Por lo menos es sospechoso. El expediente de la causa estuvo perdido trece años, en el lugar no hubo peritos, el Obispo no tuvo a mi modo de ver una atención adecuada a la gravedad del accidente que había sufrido. El fallo se dictó con el único testimonio del conductor del otro vehículo, que además había ocultado información. Había una fuerte presencia militar durante su velorio ¿con qué objetivo?. También es cierto que ese día había mucha neblina, que Ponce no se destacaba por ser un buen conductor. A la luz de las pruebas que hay no se puede decir que haya sido un atentado, pero hay muchas cosas que no cierran.



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Anexo un video sobre el tema de Ponce de Leon






Ponce de Leon

PONCE DE LEON


INTRODUCCION

Escribir es una profesión y por lo tanto exige sacrificio, dedicación, lectura, incursionar en otras áreas que no hacen a lo esencial de la tarea del escritor pero le agregan matices. No alcanza con la inspiración. Una experiencia similar, vivió Truman Capote:

“Así como algunas personas practicaban el piano o el violín cuatro o cinco horas diarias, yo practicaba con mis lapiceras y papeles. […] Las [tareas] literarias me mantenían totalmente ocupado: se trataba de mi aprendizaje en el altar de la técnica, del oficio, de las endiabladas complicaciones de la división en párrafos, la puntuación, el empleo del diálogo, para no mencionar el gran diseño total, el gran arco que exige comienzo, medio y final. Había que aprender, y de tantas fuentes: no sólo de los libros, sino de la música, de la pintura, de la mera observación cotidiana.”1

La escritura de este relato me hizo experimentar en carne propia aquella metáfora que utiliza Ivana Romero (citando y comentando a Rosa Montero) para describir las dificultades que se tienen al momento de sentarse a escribir. Yo no hubiera podido decir mejor lo que sentí cuando comencé a redactar esta historia: muchas ganas y pocas ideas. Así lo dice Romero:

“Las palabras son como peces abisales que solo te enseñan un destello de escamas entre las aguas negras. Si se desenganchan del anzuelo, lo más probable es que no puedas volverlas a pescar. Son mañosas las palabras, rebeldes, huidizas. No les gusta ser domesticadas”. Lo mismo ocurre con las ideas, y con el trabajo de escritura, que a veces se nos torna indómito, y solo en pocas oportunidades se nos presenta como un mar terso que nos invita a la zambullida.2

Aunque por momentos me ocurrió lo que dice Shumway de José Hernández, comentando aquel pasaje de la célebre obra de éste en el que Fierro mata a un negro en una taberna. El historiador dice que el personaje se apoderó del escritor, toma vida propia y le hace escribir cosas que en realidad no hubiera querido. Por momentos llegué a compenetrarme de tal modo con el relato de los últimos días del obispo, que las palabras me salían solas.

Quisiera hacer, por último, una aclaración muy importante. Muchas de las reflexiones y expresiones del obispo son apenas una proyección de mis propias ideas que quizás (es lo más probable) el protagonista histórico de mi relato no compartiría en absoluto. Pero siempre traté de encontrar y escribir lo que él pensó. Obviamente, no presumo haberlo logrado. Me condiciona mucho mi contexto socio-cultural: él fue obispo yo soy apenas bautizado; él vivió en un contexto de represión en el que se llegaba a matar a alguien por sus ideas, yo vivo un momento histórico en el que se considera que “casi” cualquier idea es buena (“todo vale”); y esto solo por nombrar algunos elementos que nos distancian.

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LOS AÑOS DE PASTORAL EN LA DIOCESIS DE SAN NICOLAS

Carlos Horacio Ponce de León llegó a San Nicolás en el año 1966. Era un hombre que venía de una familia acomodada de Buenos Aires. Algunos de sus hábitos propios de hombre de ciudad chocaban a los ciudadanos nicoleños; San Nicolás por esos años era apenas más grande que un pueblo y sus costumbres eran bien distintas de las de Capital. Por ejemplo, en San Nicolás era costumbre muy arraigada saludar a todo aquel que uno se cruzara por la calle, sin importar si era amigo o no, ni siquiera conocido. Más de uno quedó “pagando” como se dice en los pueblos cuando saludó al Obispo y este no contestó al saludo. No es que no contestara porque fuese una persona huraña o desatenta, sino que no acostumbraba hacerlo. Pequeñas cuestiones como estas hicieron que tardase en ganarse el afecto de la gente.

Hacia fines de aquel año, ya hacía casi seis meses que estaba en San Nicolás, se dijo a sí mismo que necesitaba unos días de oración y entonces se fue al convento de los franciscanos de Entre Ríos. Por tres días estuvo rezando y meditando las lecturas de la Biblia. En particular le llamaba la atención aquel pasaje que decía “Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá” y el oraba de esta manera: “Dios mío, te pido poder llegar al corazón de los fieles, porque yo pongo todo de mí, la mejor voluntad para relacionarme con la gente de mi diócesis pero ¡me responden tan fríamente! ¿En qué estoy fallando?” Y sus reflexiones giraron los tres días frente a aquel problema. Era domingo a la tarde, empezó a guardar su ropa para volver a San Nicolás, sin haber encontrado una respuesta al planteo que se había hecho en esos días. Sin embargo, esto no le quitaba la paz interior, porque confiaba en que Dios le daría la respuesta en el momento menos esperado. Y así fue.

Resulta que se estaba por subir al auto cuando se le acerca un paisano y le dice: “Padre, ¿puede llegarse hasta mi casa a hablar con mi señora que está muy angustiada porque perdió un embarazo?” Por la forma espontánea y sencilla con que el hombre le habló, el Obispo se dio cuenta de que este hombre no distinguía entre un cura y un obispo. Se acordó de su lema episcopal “No he venido a ser servido, sino a servir” y sintió que el servicio que debía prestar en ese momento era escuchar a esa señora. “Subí” le dijo al lugareño, el hombre lo guió hasta la casa y el Obispo conversó con la señora por espacio de dos horas. Terminó la charla y el Obispo hizo ademán de irse. Entonces el hombre le dijo “Quédese a tomar unos mates”. “No, gracias. No” fue la respuesta inmediata. Y fue cuando le surgió en su interior la pregunta ¿y por qué no? Inmediatamente reaccionó y se corrigió “Bueno, tomamos”. Y estuvieron casi otras dos horas tomando mates. Entonces el matrimonio se enteró ahí de que era un obispo y no un cura, que era de San Nicolás y charlaron sobre temas muy diversos. Luego lo invitaron a comer y su respuesta fue “Y bueno, para temprano es tarde y para tarde es temprano” y se quedó con ellos. Realmente disfrutó mucho de aquella cena. Porque el diálogo era ameno y fluido, y las pizas muy ricas.

Aquella noche, mientras viajaba en su auto para San Nicolás reflexionaba sobre lo que le había ocurrido esa tarde. Y se dio cuenta de que él muchas veces había rechazado muestras de afecto como las que había recibido esa tarde y que por eso la gente lo sentía distante. Aquella pregunta que se había hecho por tres días de rodillas ante el santísimo encontraba la respuesta en un gesto sencillo como es que te inviten a tomar mates. Desde aquel día, comenzó a cambiar su relación con los nicoleños.

El primer conflicto importante lo tuvo con la Comisión Pro Templo de la Catedral, porque el Obispo quería crear una institución que se ocupara de atender a las necesidades de los más pobres. Pero había muchos que se oponían a este proyecto. En particular, el tesorero de la Comisión, Agustín Gomez, se mostraba reacio a esta iniciativa. Un día tuvieron una discusión muy fuerte, en estos términos:

AGUSTIN: Los pobres son pobres porque quieren.

OBISPO: Los pobres son pobres porque el sistema se aprovecha de ellos. Jesús dijo: “Bienaventurados los pobres porque de ellos es el Reino de los Cielos”. Si Jesús les dio un lugar de privilegio, también nosotros debemos hacerlo.

AGUSTIN: Y San Pablo dijo que el que no trabaja que no coma.

OBISPO: Sí, pero ellos no trabajan porque el sistema los excluye.

AGUSTIN: Ellos no trabajan porque no se preocupan en capacitarse. Si nosotros les damos alimento y ropa fomentamos en ellos la vagancia.

OBISPO: Ellos tienen necesidades urgentes, no pueden esperar a que el gobierno genere puestos de trabajo.

La discusión se hizo en un tono muy acalorado. Luego de la reunión, el Obispo se encerró a rezar. Entonces se dio cuenta de algo, notó que había muchos en la comisión que estaban de acuerdo con Agustín. Y que además estaban muy cerrados en cuanto a sus ideas. Los integrantes de ese grupo eran los mismos desde hacía años, desde antes de que él llegase a San Nicolás y seguramente contaban con el apoyo de algunos curas, de lo contrario no podrían estar allí. Eran un grupo muy poderoso. Entonces se propuso conocer quiénes eran aquellos curas. Descubrió en San Nicolás una feligresía elitista que no estaba dispuesta a dejar su lugar de privilegio, y lo que es peor, comenzó a notar que eran capaces de defender sus privilegios con métodos desleales. Corría el año 74, la situación del país era turbulenta.

Con el paso del tiempo, las posiciones se habían ido radicalizando. También en el clero. Los que en un principio discrepaban con el Obispo, ahora directamente se mostraban como sus enemigos. En una homilía, cierto cura párroco dijo que la Iglesia debía ocuparse de los pobres espirituales, de aquellos que buscan acercarse a Dios no de aquellos que no vienen a la Iglesia. Evidentemente hacía referencia a la institución que había creado el Obispo, ya que en ella recibían apoyo muchos pobres de los cuales ninguno asistía asiduamente a la Iglesia, es más, algunos profesaban otra religión.

A cargo de la institución, Ponce de León había puesto a un hombre joven oriundo de la localidad de La Emilia. Esta persona, de nombre Pedro Inocentti, tampoco era un “fanático” de las misas, había sido un militante peronista que estaba desencantado con el desempeño de Perón en su tercer gobierno y que había encontrado un lugar en la Iglesia donde encauzar sus anhelos de justicia social. Con el tiempo lo tildarían de comunista.

LA SITUACION SE COMPLICA

En el año 1973 Ponce de León ordena al Padre Galli, peronista confeso a quien un cardenal de mucha importancia a nivel nacional, su nombre no viene al caso, le había negado la ordenación. Entonces Ponce que hasta ese momento había tenido enemigos dentro de la Iglesia local, tanto feligreses como curas, ahora aparecía enfrentado a alguien de la jerarquía de la Iglesia. Para complicar más las cosas, realiza una acción que no le resulta muy agradable al Obispo de Rosario.

Los obreros de Acindar realizan un paro en reclamo por mejoras salariales. La policía reprime con fuerza. Entre los obreros se encontraba uno de sus colaboradores, Pedro. El Obispo de Rosario, en cuya jurisdicción sucedían estos hechos, no opinó si quiera sobre el tema. Entonces Ponce tomó la bandera de los obreros y comenzó a gestionar para que liberen a los detenidos y ante los directivos de la empresa para que atiendan a los reclamos de la gente. A los integrantes de la Comisión Pro Templo no les cayó muy bien esta acción, ellos pensaban que los obreros eran revoltosos y que se merecían la reprimenda que habían recibido. Al respecto, tuvo un duro cruce de palabras con el tesorero:

OBISPO: Nunca voy a entender que un católico esté a favor de la violencia.

AGUSTIN: Por eso, Padre, no entendemos su actitud. Usted está defendiendo a los violentos: los obreros.

OBISPO: Los obreros estaban reclamando pacíficamente, la policía comenzó a reprimir.

AGUSTIN: Si los obreros hubieran estado trabajando tranquilamente, la policía no habría actuado.

El Obispo, viendo que Pedro no iba a cambiar su modo de analizar y comprender los hechos, decidió que aquella discusión era inconducente. Era ya la segunda discusión fuerte que tenía con el tesorero de la Comisión, sin embargo Ponce de León apreciaba a esta persona que le parecía muy frontal y honesta. No opinaba lo mismo del resto de los integrantes de la Comisión. El tiempo demostraría que nunca se equivocó tanto con una persona.

El Obispo desoyó los reclamos de este sector de la Iglesia para ponerse al servicio de los obreros detenidos y de sus reclamos. Entonces comenzó a ganarse la enemistad de otra fuerza poderosa: el Estado. Finalmente el Obispo ganó la pulseada y los obreros fueron puestos en libertad. Ese mismo día se encontró con Pedro, quien le contó en detalle cómo habían ocurrido los hechos y al final agregó “entre los guardiacárceles se comentaba que el Obispo rojo (en alusión a usted) estaba mediando para que nos larguen”.

El gobierno constitucional fue derrocado, y con el gobierno de facto, Ponce fue siendo cada vez más señalado como Obispo rojo. Un día, mientras predicaba en la Catedral, le llamó la atención un hombre que estaba sentado en una de las últimas filas y que tomaba apunte mientras él hablaba. ¿Qué había escrito allí? “Este Obispo incita a la rebelión, critica duramente al gobierno. Se cuida muy bien de no nombrar a Marx, pero su discurso es inconfundiblemente marxista”. En la primera fila de los bancos estaban sentados los integrantes de la Comisión y su actitud, más que de escucha atenta y piadosa, parecía vigilante. Aquel día había predicado sobre el Evangelio que dice: “Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser primero, que se haga servidor de todos” (Mc 10, 42-43). Esa tarde Ignacio, que era quien tomaba nota de la prédica del Obispo, se iba a encontrar con un católico que lo orientaba en su accionar. Entonces Ignacio dijo: “Ese Evangelio lo eligió adrede para darle palo al gobierno”. “No –le dijo el feligrés- la lectura que se debe leer cada domingo está fijada por un calendario”. “No sabía, de todos modos no deja de parecerme un discurso marxista. Viste como remarcó varias veces “los poderosos les hacen sentir su autoridad”. A lo que el feligrés contestó: “Yo no tengo la menor duda de que es marxista. No solo por el discurso, sino por las actitudes”

El domingo siguiente volvió a ir a tomar apunte de lo que decía el Obispo. Ese día la lectura hablaba del peligro que representa para el cristiano el dinero “¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!” a lo que el apuntador anotó: “este Obispo está en contra de la propiedad privada, incita a abolir la propiedad individual. Su prédica más que una homilía parece un fragmento del Manifiesto Comunista”. Cuando el Jefe del Batallón de Ingenieros leyó ese informe, decidió alertar a la población sobre el peligro comunista que se cernía sobre la comunidad y lo hizo mediante una nota en el diario local en la que decía: “Si el cura habla como Marx, incita a la rebelión como Marx, está en contra de la propiedad privada como Marx. No lo dude, ese cura es marxista. Denúncielo a las autoridades, ellos sabrán qué hacer”[1]. Era casi una amenaza para el Obispo.

Esa semana la cosa se puso pesada, hacía tiempo que los militares consideraban el colegio salesiano como foco marxista, como lugar de reuniones de grupos subversivos alentados por los curas. Entonces decidieron dejar de amenazas para pasar a la acción. Fueron a hacer un allanamiento en la parroquia de Ramallo, cuyo párroco era salesiano y le encontraron “El capital” de Marx. La gente se reunió en torno al templo, porque el grupo de militares era numeroso y llamaba la atención. Un cura, llevaba la sotana por eso lo reconocieron como tal, se abrió paso entre la gente, en ese momento los que vigilaban la entrada estaban dispersando a algunos adeptos al párroco que querían saber por qué lo estaban interrogando. El cura aprovechó la distracción y entró en la casa parroquial. Fue derecho a la sala en que el cura atendía a la gente y se sentó. El militar encargado del operativo lo vio y no lo reconoció, le preguntó en tono imperativo “¿Qué hace usted acá?”. “No, no. ¿Usted qué hace acá? Yo soy el dueño de casa, el Obispo de este lugar”. A Saint Amant, que así se llamaba el Jefe del Batallón de Ingenieros, se le abrieron los ojos y lo reconoció. Había seis militares y un civil. A este último el Obispo lo reconoció, era el personaje misterioso que tomaba apunte durante las misas. “Este cura es marxista y un activista. Sabemos que está proveyendo de armas a un grupo subversivo. ¿Lo piensa defender?” dijo el militar. A lo que el Obispo respondió “Con la vida, si es necesario”. “Le tomo la palabra” pensó el teniente. Luego dijo: “Si quiere salvarlo, sáquelo lo antes posible del país. Y usted, Monseñor, sepa que está vivo porque yo lo permito. Tenga cuidado con lo que dice y lo que hace”. Fue la primera amenaza explícita que le hizo el Teniente, luego se fueron. A los diez días el cura estaba estudiando teología en la casa de estudios del Vaticano. Pero el asunto no terminaría ahí, sí para el cura pero no para el Obispo. Hasta ese momento Saint Amant se sentía enemigo de Ponce por una cuestión ideológica, pero ahora se convertía en una cuestión personal: la desautorización que le había hecho el obispo delante de sus subalternos no era algo que el Teniente estuviese dispuesto a perdonar.

Desde ese momento, la vigilancia en torno al accionar del Obispo se hizo más rigurosa. Salía en auto y un auto lo seguía dos cuadras por detrás. El apuntador que venía a las misas no faltaba un domingo. En esos días ocurrió el hecho que determinaría su suerte. Fue detenido el secretario del partido comunista en el regimiento del Ingenieros, Ponce de León se enteró y ahí fue, a interceder por aquel hombre a quien ni siquiera conocía personalmente. Después de muchas tratativas logró que lo soltaran. El Teniente coronel se juró a sí mismo que aquello no quedaría así. Y envió un informe a la Junta Militar en el que ponía “Hace falta lucidez intelectual y cierto coraje para entender que un Obispo es traidor a la Iglesia, y para obrar sin el respeto que la doctrina quiere para con el sacerdote, cuando éste está destruyendo a su patria y su fe. De todo esto surge el gran poder que tiene la Iglesia considerada desde una perspectiva estrictamente política y temporal, y el por qué la subversión la tiene tan en cuenta[2]. Un obispo defendiendo a un comunista es un hecho que permite una sola interpretación: ese obispo es marxista.” El jefe del batallón ya estaba decidido a asesinar a Ponce, pero como éste era una jerarquía de la Iglesia, pensó que no debía actuar sin antes consultarlo a sus superiores. La respuesta no se hizo esperar, un día más tarde le llegaba un telegrama en el que decía “Hacé lo que creas conveniente” firmado por los presidentes de la Junta. Al obispo le había llegado la hora.

Era el día ocho de julio y a las once de la mañana llega el obispo a la capilla de una pequeña población llamada “Villa Esperanza”, allí lo espera el cura párroco de General Rojo, en cuya jurisdicción se encuentra este templo.

OBISPO: Raúl ¿cómo te va?

PADRE RAUL: Muy bien, Monseñor.

OBISPO: Sabía que te iba a encontrar acá. La mano se está poniendo pesada, por eso vine. Te tenés que ir a Roma, vas a estudiar teología allá.

P. RAUL: Padre, usted sabe que lo mío no son los libros. Me hice cura para estar con la gente, cerca de sus necesidades tanto materiales como espirituales.

OBISPO: Lo sé, Raúl. Sé de tu compromiso, de tu entrega por Cristo. Pero la mano viene pesada. Tanto vos como otros curas de mi diócesis están marcados como curas “rojos”, tercermundistas, curas de izquierda. A mí me vienen amenazando, cada vez con más insistencia ¿qué va a ser de vos cuando yo falte?

P. RAUL: Usted Padre se juega el pellejo por sus curas. No hago más que seguir su ejemplo, yo me juego por mi gente, mi parroquia. A Cristo lo arrancaron de la vida por predicar y practicar el amor ¿quién dijo que sus servidores iban a tener mejor suerte?

OBISPO: Lo sé, Raúl. También sabía que me ibas a contestar así. Pero valés tanto que quería tratar de salvarte. Estos tiempos difíciles van a pasar y cuando vengan tiempos de paz, quizás puedas hacer una obra muy importante.

P. RAUL: Pero ¿en qué quedará mi prédica si huyo en el momento de peligro? Venga, Padre, vamos a la casa de un vecino que quiere bautizar a su bebé, de paso tomamos unos mates.

P. RAUL: Padre, no lo tome a mal, pero sabe la gente aquí es muy sencilla, se inhibirán si lo ven entrar con el solideo puesto.

OBISPO: Raúl ¿no te parecería injusto que para la gente de la Catedral use el solideo y para la gente de los barrios venga vestido como si estuviera en mi casa? El día que no use el solideo en Catedral, tampoco lo voy a usar acá.

Llegan a la casa, golpean la puerta y abre el dueño de casa:

RICARDO: Padre Raúl, ¿Cómo le va?

P. RAUL: Bien, Ricardo. Vine con el Obispo.

Ricardo lo miró como diciendo ¿el Obis… qué? Pero se daba cuenta de que era alguien importante, ya que la parafernalia de este contrastaba con el aspecto casi campechano del párroco a quien veían todos los días. Luego tomaron mates, el Obispo bendijo al pequeño y luego de un largo rato, comenzó a saludar para irse. El cura lo acompañó hasta la puerta y antes de que subiera al auto le dijo:

P. RAUL: Recuerde Padre que el Señor nos reconocerá por esto cuando lleguemos a cielo. Nos preguntará si estuvimos junto a los más pequeños y desprotegidos de sus hijos.

OBISPO: Sí, lo tengo bien claro.

P. RAUL: Ya sé que lo tiene claro. Lo digo solo para darle ánimo.

OBISPO: Yo no temo por mí. ¿Qué me pueden hacer? ¿Quitarme la vida? Me espera el Padre Celestial. Solo me preocupo por ustedes que están a cargo mío.

En esos días fue amenazado telefónicamente. Militantes políticos que habían sido auxiliados por él, que sabían lo que era ser amenazado le dijeron que tenga cuidado, porque esas amenazas iban en serio. Pero sus horas ya estaban contadas. En el Batallón de Ingenieros estaban tramando el asesinato del Obispo. El militar ideólogo del “accidente” que le costó la vida a Monseñor Angelelli viajó a San Nicolás. Supieron por un informante “católico” que el día siguiente el Obispo viajaría a Buenos Aires a visitar a sus seminaristas. Los encargados de producir el accidente estaban apostados en las afueras de San Nicolás, pero las horas pasaban y el vehículo del Obispo brillaba por su ausencia. Más tarde se enteraron que el obispo estaba engripado y había suspendido el viaje. La gripe le daba unos días más. Saint Amant no se enfureció, ni se inmutó. Estaba tranquilo porque sabía que tarde o temprano caerían sobre la presa. Era cuestión de esperar y tener paciencia.

La noche del 10 de Julio, el Obispo se arrodilló a rezar en su habitación, era su costumbre rezar el rosario todas las noches. Y entre el segundo y el tercer misterio se adormeció y tuvo un sueño. Veía a Jesús rezando en el huerto de los olivos, sudando sangre. Entonces se acerca hasta él y le dice “Maestro”, Jesús lo mira y le dice “Quédate a rezar conmigo”. El Obispo se arrodilla después de un rato de orar en silencio el Señor le dice: “Bueno, Pastor, tu tiempo ha transcurrido, has sabido llevar tu cruz y la has llevado con la alegría del discípulo de Cristo. Entonces ahora entrad a gozar de la bienaventuranza, porque ciertamente vas caminando al Reino de Dios definitivo[3]”. Luego Jesús agregó “Vamos, ya vienen nuestros perseguidores”. Todavía estaba hablando cuando llegó Judas, uno de los Doce con un destacamento de soldados. Judas se adelantó para saludarlo a él, le da un beso y le dice “Padre, hermano”. Pero el rostro de Judas se había transformado en la cara del Secretario personal suyo. Cuando miró a los soldados, ya no estaban vestidos como se vestían los de las milicias romanas, sino como los militares del Proceso. Reconoció a Saint Amant y al apuntador que tenía en las misas, eran unos diez en total. Lo esposaron y lo subieron a un auto verde. En ese momento se despertó. Recordó que estaba rezando el rosario y quiso continuarlo. Pero lo que había visto en sueños lo había impactado tanto que no se podía concentrar y entonces se acordó de las palabras de Cristo en el huerto: “Padre, si es posible que pase lejos de mi este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya.” Y repitió para sus adentros varias veces “que no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Luego se fue a dormir.

Aquella tarde, en el Batallón de Ingenieros recibieron un llamado del secretario del obispo avisando que el Obispo haría el postergado viaje a Buenos Aires el día siguiente. El autor intelectual del atentado dijo que la hora había llegado. Sabía que habría bastante neblina al día siguiente, por el servicio meteorológico y por cómo había amanecido ese mismo día; eso facilitaría hacer pasar el atentado como un accidente. El Obispo partió de San Nicolás a las siete y media de la mañana, acompañado de un joven de su confianza. Iban en silencio y Ponce pensaba: “Cristo me llamó para dar la vida por mis amigos. ¿O quizás estoy interpretando mal su mandato? ¿Quizás estoy defendiendo a curas que hacen un daño a la sociedad argentina? ¿Debo defenderlos incondicionalmente o solo en el caso de que sean amenazados por actividades estrictamente pastorales y evangélicas?¿Por qué otros Obispos no levantan su voz contra las atrocidades del régimen? ¿Puedo confiar en los que me rodean? Los integrantes de la Comisión ¿serían capaces de tenderme una emboscada? En ellos se cumple aquella profecía del Maestro “Llegará el momento en que los que los persigan creerán que están haciendo un servicio a Dios”. Sus pensamientos eran desordenados. En esto estaban sus reflexiones cuando se percató de que el auto se le iba para la banquina, dio un volantazo y el auto se le fue de frente a una camioneta Ford. No pensó en si le habían tendido una trampa o era un simple accidente, solo pensó en la muerte inminente y en un instante se le vinieron todos juntos a la memoria los momentos cúlmenes de su vida. La primera comunión, la muerte del papá cuando todavía era un niño, la entrada en el seminario, el casamiento de su hermana, la primera vez que tuvo en brazos a su sobrino y se le vino patente, como si realmente estuviera ocurriendo en ese momento, la primera vez que levantó la hostia y dijo “Este es mi cuerpo que se entrega por ustedes”. Quizás en su fuero interno se mantuvo vacilante hasta último momento. Pero no en los hechos, ahí se mostró decidido a defender a los curas de su diócesis hasta las últimas consecuencias.

Tres militares llegaron al lugar de los hechos, lo cargaron en un auto y lo llevaron al hospital de Ramallo, el Obispo estaba inconsciente, así como su acompañante. En el hospital lo reconocieron enseguida y avisaron a su madre. La cual llegó cuarenta minutos más tarde, acompañada por el cura de Villa Ramallo pero a este último no le permitieron entrar a verlo. Dos horas más tarde lo llevaban a San Nicolás, ¿por qué tardaron dos horas en trasladarlo si las heridas eran graves y el “hospital” de Ramallo es apenas una sala de primeros auxilios? La noticia se difundió en la ciudad como reguero de pólvora, la gente espontáneamente se acercaba a la Catedral a rezar por el Obispo y alrededor de las veinte horas se supo que había muerto. A las ocho de la mañana llegó el cuerpo a la Catedral y comenzó el desfile de gente. Entre quince y veinte militares estaban apostados en toda la Iglesia. ¿Con qué objetivo? La explicación oficial fue que era para evitar disturbios. ¿Disturbios? La gente que se acercaba era de lo más tranquila, gente de los barrios, con un dolor sincero. Seguramente esperaban que se reuniera “el foco subversivo” que ellos suponían que comandaba Ponce. Todos los de la Comisión estaban en el velorio, como era de esperar, tanto si eran cómplices como si eran inocentes. Si eran cómplices debían asistir para disimular su fechoría, si no lo eran debían concurrir motivados por un dolor sincero. Aquel doce de julio, el diario local informó así lo acontecido:

TRAGICAMENTE FALLECIO NUESTRO OBISPO DIOCESANO[4]

UN FATAL ACCIDENTE FUE EL MOTIVO DE TAN TRISTE DESENLACE


En las primeras horas de la madrugada de la víspera y por causas aún no debidamente establecidas, presumiblemente debido a la intensa niebla y a lo resbaladizo del pavimento, colisionaron a la altura del kilómetro 212, jurisdicción del partido de Ramallo dos automóviles, un Renault 4 L , propiedad del Obispo de San Nicolás, conducido por el titular del mismo Monseñor Doctor Carlos H. Ponce de León acompañado por el marinero conscripto de la Prefectura Naval Argentina Victor Martinez y la pick up marca Ford conducida por Luis Antonio Martinez y acompañado por Carlos Bottini.

Como consecuencia del fuerte impacto resultaron con heridas de gravedad Monseñor Ponce de León, su acompañante Martínez y Carlos Bottini. Con suma urgencia fueron trasladados hasta el Hospital de la vecina localidad de Ramallo, en donde se le prestaron las primeras atenciones, pero dado el gravísimo estado que revestían las lesiones del ilustre prelado fue decidido su traslado, para una mejor atención, hasta nuestra ciudad, a la que arribó en una ambulancia aproximadamente a las 12:50 hs; siendo internado en la Sala de Terapia Intensiva de una Clínica de nuestro medio.[…]

DESENLACE FATAL

En la tarde de ayer, averiguaciones realizadas por EL NORTE en el nosocomio en el cual era atendido revelaban que su estado era desesperante, hablándose de la posibilidad de ser intervenido quirúrgicamente. En los mismos medios se nos comunicó que sobre las 19 hs. Se emitiría un nuevo parte médico. Aproximadamente a las 19:10 hs. el médico que lo atendía comunicó a los allí reunidos el trágico desenlace. […]

VERSIONES SOBRE EL ACCIDENTE

Versiones recogidas en un primer momento, naturalmente no oficiales, consignaban que el accidente se habría producido a raíz de un trompo realizado por la pick up Ford que embistió de lleno el lado izquierdo del Reanult que conducía Ponce de León. Por determinación policial no fue posible a nuestro enviado gráfico tomar notas sobre el vehículo que se encontraba en la Comisaría de Villa Ramallo.


Mientras Pedro iba de su casa a la Catedral, unas veinte cuadras aproximadamente que hacía caminando, pensaba: “Hoy es la sepultura del Padre de los pobres. No puedo evitar recordar aquella tarde en Pergamino en que nos dijo “ustedes los jóvenes tienen que llevar adelante el Concilio de los jóvenes”. Realmente, no era una persona que captara la atención con homilías grandilocuentes, más bien era monótono al hablar. Pero había algo en él que hacía que los jóvenes lo siguiéramos. Hace un año atrás me acuerdo que esperábamos de él un discurso más revolucionario, dado el camino que comenzaba a transitar el país. En el momento no nos dimos cuenta, su discurso aparentemente pacifista era verdaderamente revolucionario. Nosotros esperábamos arengas llenas de emotividad, él nos daba homilías aburridas en las que hablaba del amor al prójimo. Por algo, los reaccionarios no tuvieron piedad de él si es verdad lo que se rumoreaba anoche en los pasillos de la Catedral, según pude enterarme por un cura amigo. Algunos sembraron la duda (otros lo daban por cierto) sobre si la muerte de Ponce fue un simple accidente. Es verdad que tenía un carácter fuerte, lo sé por experiencia. Aunque prefiero no recordar ese momento ahora, que fue desagradable. Pero siempre voy a recordar que nos trataba como amigos, a nosotros los jóvenes, que veníamos a una reunión y luego no aparecíamos por dos meses. Nunca nos reprochaba haber faltado a las reuniones, nos esperaba con los brazos abiertos. El lustrabotas de la esquina de la Catedral me contó hoy por la mañana, cuando sin conocernos previamente nos pusimos a conversar sobre lo acontecido, que todas las mañanas pasaba por esa esquina y se quedaba charlando con él un rato. Siempre le preguntaba “Amigo ¿cuándo va a ir a misa?” “Ya voy a ir Padre, ya voy a ir” respondía él. Y, luego, con lágrimas en los ojos me dijo “Recién hoy voy a cumplir mi promesa, iré a la misa de despedida de él”.

Pedro estuvo varias horas en el velorio, y durante la misa le tocó decir unas palabras de despedida en nombre de los jóvenes. Luego fue la procesión hasta el cementerio para llevar los restos del Obispo a su lugar de descanso. A la mañana del día siguiente fue temprano a buscar el diario, para leer lo referido al responso del Obispo. Esto fue lo que leyó:

IMPONENTE MANIFESTACION DE PESAR FUERON LAS EXEQUIAS DE MONSEÑOR PONCE DE LEON

LA ORACION POSTUMA ESTUVO A CARGO DE MONSEÑOR ZASPE


Bajo un cielo plomizo, de a ratos lluvioso, con viento frío, se llevó a cabo en la tarde de la víspera, las exequias del Obispo de San Nicolás Monseñor Doctor Carlos Horacio Ponce de León, fallecido trágicamente el 11 de julio como consecuencia de las lesiones recibidas en un accidente automovilístico acaecido el mismo día.

En un marco de profundo recogimiento, que ponía de resalto el dolor y el estupor causado por su desaparición, sus feligreses, venidos desde los puntos más lejanos de su diócesis se dieron cita en la Catedral en dónde sus restos fueron velados, y con resignación cristiana oraban por el alma de su Pastor. Desde las primeras horas de la tarde comenzaron a arribar a San Nicolás sacerdotes y religiosas pertenecientes a parroquias y capillas de la Diócesis que confundidos entre el público allí congregado elevaban plegarias y cánticos litúrgicos por su Obispo.

La presencia del Nuncio Apostólico Pío Laghi, acompañado por su Secretario Personal Monseñor Kevin Muller y por el secretario del Episcopado Monseñor Carlos Galán […] pusieron de manifiesto el respeto y cariño que el extinto gozaba entre los miembros del Episcopado, sus pares.

Autoridades militares, civiles, municipales y judiciales, miembros del comercio local y de empresas de nuestro medio acudieron a dar su postrer adiós al ilustre prelado. En la calle y en las naves de la Catedral se agolpaban colegiales que revelaban en sus ateridos rostros toda su muda incomprensión, pero que sentían profundamente toda la solemnidad del momento y el dolor acumulado.

Pocos minutos después de las 16:30 hs. hicieron su entrada principal 84 sacerdotes precediendo a los señores obispos en su camino hacia le presbiterio. Monseñor Guillermo Bolatti celebró la misa y fueron sus concelebrantes Monseñor Zaspe Monseñor Vénera y los Obispos y sacerdotes presentes.

Con posterioridad usó de la palabra para pronunciar la oración fúnebre en nombre del Episcopado, Monseñor Zaspe […] luego hicieron lo propio una religiosa en nombre de las mismas, un joven en nombre de la juventud, el Párroco de la Catedral, Presbítero Carlos Perez, en representación de los sacerdotes y el señor Francisco José Weiss por los laicos.

En la imponencia de la Catedral la solemnidad de la misa recogía los espíritus y los hombres y mujeres allí congregados elevaban sus preces, en serena actitud, ganados por honda resignación.

Minutos después de las 18 hs. los restos de Monseñor Ponce de León abandonan la Catedral, su Catedral, y las campanas contriste tañido despiden al que hace más de diez años saludaron alborozadas cuando pleno de deseos de servir se hizo cargo de su diócesis.

La banda del Batallón de Ingenieros de Combate 101 ejecuta la Marcha Fúnebre de Chopin y encabezada por motociclistas municipales y un patrullero policial se pone en marcha la triste caravana rumbo a la necrópolis local donde reposarán sus restos hasta tanto puedan traerse a la Iglesia Catedral, que será, tal vez, su morada definitiva.

Sus sacerdotes, religiosas e inmensa cantidad de público acompañó a pie hasta el Cementerio al ilustre prelado, entonando cánticos litúrgicos y orando, recibiendo en todo su trayecto la adhesión unánime de un pueblo que desde las aceras rindió así su postrer homenaje a su Pastor.

Pocos minutos después de las 19 hs. arribó al Cementerio en donde el Batallón de Combate 101, con Bandera y Banda rindió los honores a tan alta jerarquía eclesiástica.

Un numeroso público cubría totalmente la acera y el peristilo de la necrópolis y acompañó silenciosa y orando en la más absoluta oscuridad a su Obispo, hasta la bóveda en la cual fue depositado.

El toque de silencio de un clarín fue el último homenaje y triste y silenciosa la concurrencia se fue dispersando ganada por las sombras de la noche.



LA DIOCESIS DE SAN NICOLAS SIN PONCE DE LEON

Pasó el tiempo, Pedro no fue más a la Iglesia, porque el espacio en el que él trabajaba con Ponce había dejado de existir: “La casa de asistencia para pobres”. Es que el “Administrador diocesano” que llegó para ocupar el espacio vacío que dejó Ponce imprimió a la pastoral diocesana un sentido diferente, casi contrario al que tenía anteriormente. Muchos de los curas que entendían la pastoral como Ponce debieron irse, algunos lo hicieron por elección personal, otros fueron trasladados. Había pasado un año desde la muerte del Obispo, Pedro tenía ahora 32 años y había entrado a trabajar en un supermercado como reponedor de góndolas. Allí conoció a Agustín, que era el gerente del negocio.

Todas las mañanas le tocaba hacer algún mandado fuera del super, lo que le venía bien porque se despejaba un poco. Ese día a las nueve de la mañana salió del trabajo a hacer una diligencia, pasó por un quiosco, compró el diario local para enterarse sobre un accidente que había ocurrido el día anterior. Cuando regresó al trabajo, siguió con su eterna rutina de reponer las góndolas del supermercado. Como a las diez de la mañana el jefe les dio un rato de descanso para que tomen un café, ya que el frío era muy intenso y la calefacción del local hacía tres días que no andaba. Entonces abrió el diario para buscar la noticia que le interesaba, pero primero se topó con otra que se ganó su atención, aquella que se refería al aniversario de la muerte del Obispo Ponce. En su juventud él asistía a las reuniones de la Iglesia y lo había conocido. Le interesó el tema y se puso a leer la nota.

SE CUMPLE HOY EL PRIMER ANIVERSARIO DEL FALLECIMIENTODEL OBISPO PONCE DE LEON

SUS RESTOS SERAN DEPOSITADOS ESTA TARDE EN LA IGLESIA CATEDRAL


Hoy, 11 de julio, se cumple el primer aniversario del fallecimiento de quien fuera durante once años, obispo de San Nicolás, monseñor doctor, Carlos Horacio Ponce de León.

En coincidencia con este primer aniversario de su lamentada desaparición, como consecuencia de un accidente automovilístico, el Obispado ha dispuesto el traslado de sus restos a la Iglesia Catedral, donde recibirán definitiva sepultura.

CARAVANA

A las dieciocho horas de esta tarde partirá una caravana de automóviles desde el cementerio local acompañando el féretro del ilustre Prelado, por calle Francia hasta Viale, tomando luego por Urquiza hasta Mitre, llegando luego a la Catedral. […]


Entonces decidió que aquella tarde iría a misa, después de tanto tiempo, para rezar por aquel Padre que tanto lo había marcado en sus elecciones de vida. Todavía recordaba con claridad la impresión que tuvo la primera vez que lo vio. Estaba con todos los ornamentos litúrgicos, pero conversaba con la gente de un modo muy afable. Él, Pedro, se acercó y lo saludó. Intercambiaron algunas palabras de cortesía y antes de irse el Obispo le dijo: “Mirá que cuento con los jóvenes para llevar adelante mi proyecto pastoral”.

En estas cosas estaba pensando cuando se acercó Agustín, el gerente del negocio y se puso a conversar con él. Después de comentarle algunas de las reflexiones que había estado haciendo, acerca de lo que había vivido con Ponce de León y del rumor que había escuchado en el velorio sobre un posible atentado contra el obispo, Agustín le dijo: “¿Escuchaste alguna vez la historia de Dimitri Karamazov, del genial escritor ruso?. Dimitri había amenazado de muerte tantas veces a su padre ante numerosos testigos, la noche del crimen se lo vio cerca del lugar de los hechos y se lo notó muy nervioso que a nadie le cupieron dudas de su culpabilidad, sin embargo era inocente de la muerte de su padre. ¿Y si en este caso hubiese ocurrido algo similar? Los militares amenazaron tantas veces al Obispo, ya habían utilizado como método de asesinato la simulación del accidente automovilístico que cuando el obispo murió a causa del accidente muchos dudaron de la inocencia de aquellos. Aunque podría ser que no hayan sido ellos los culpables sino tan solo una mala maniobra.”

Entonces Pedro contesta “Estoy seguro de que fue un accidente. No sé si vos te acordás de cómo divulgó el accidente el diario EL NORTE. Para este medio periodístico el motivo del choque fueron la neblina y la calzada resbaladiza. Está bien, ¿qué más podían decir? Si hubieran insinuado la posibilidad de un atentado, el autor de la nota ya hubiese desaparecido y el diario hubiera sido clausurado. Pero fijate que sin querer se le escapa al final de la nota una frase que suscita sospechas, en ella afirma que “por determinación policial no fue posible a nuestro enviado gráfico tomar notas sobre el vehículo que se encontraba en la Comisaría de Villa”. Además, si usted hace mucho que vive en San Nicolás, debe saber que hace tiempo que lo venían amenazando. Cuando ocurrió el accidente, los militares estuvieron enseguida en el lugar. ”.

AGUSTIN: “Que lo hayan amenazado no significa que lo hayan matado. Podría haber ocurrido que los militares hayan planeado matar a Ponce aquel 11 de julio en la ruta, simulando un accidente; pero kilómetros antes del lugar donde debía ocurrir, el obispo choca por accidente y muere. En ese caso, habrían planeado matarlo y comenzado a poner el plan en marcha, pero la víctima se murió antes. Eso explicaría por qué llegaron tan rápido los militares al lugar del accidente: porque lo venían siguiendo. Además tené en cuenta que al obispo le gustaba manejar rápido, había neblina, y seguramente iba nervioso, porque llevaba papeles que denunciaban torturas. Para mi está claro que fue así”.

Entonces, Pedro contesta: “Es posible pero poco probable que las cosas hayan sucedido así. Además, ¿por qué te empecinás en defender a los militares?”.

AGUSTIN: No los estoy defendiendo, al contrario. Los acuso explícitamente de haber planeado la muerte. Simplemente agrego que la víctima podría haber muerto “por sus propios medios”, por así decirlo. Para mi fueron muy astutos. A la luz de la prueba y los testimonios que hay, no se puede concluir con carácter de necesidad que ellos lo hayan matado. Además, vos fijate que el que chocó con él, ya tenía un antecedente de homicidio culposo por accidente.”

PEDRO: “Ese era un tipo confabulado con los militares. Si realmente hubiese sido un accidente, los militares lo hubieran metido preso para quedar ellos libres de futuras acusaciones. Pero no lo hicieron, porque era uno de ellos.

AGUSTIN: También habría podido ocurrir que no les haya interesado investigar sobre la causa de la muerte del obispo simplemente porque era su enemigo. Y este fulano, cuando llegó la democracia, no fue encarcelado quizás por la ayuda de contactos que pudiera tener. Pero además, mirá si iba a arriesgar su vida para matar al Obispo, cuando podrían haberlo eliminado sin correr riesgos. No digo que los hechos hayan sido así, digo que es una explicación plausible que integra en un relato coherente todos los datos “probados” que tenemos.

PEDRO: Para mi el conductor de la camioneta no corría ningún riesgo. Si llevaba cinturón de seguridad, hacer chocar una pick up Ford contra un 4 L no es correr demasiado riesgo. ¿Viste las fotos de cómo quedaron los vehículos? El 4 L quedó destruido, mientras la camioneta casi no se nota que haya tenido un accidente. Además, el diario dice que al que iba acompañando al conductor lo internaron. Para mi con el objetivo de simular, en el diario del día siguiente ni se lo nombra, seguramente ya estaría en su casa, porque no tenía nada.

Luego Pedro reflexionaba sobre lo que habían discutido con Agustín. “¿Y si realmente el atentado nunca ocurrió y murió en un simple accidente? ¿Si fuera solo un mito lo del atentado contra Ponce? ¿A quién le podría haber interesado que la gente creyera que no fue un simple “accidente”? ¿Con qué objetivo? Los obreros tenían cierta reticencia para con la Iglesia dado que los obreros eran peronistas y la Iglesia antiperonista (por lo menos eso manifestó la Iglesia en aquella recordada procesión de Corpus Cristi del 55, de la que incluso participó Ponce siendo cura). Los curas y Obispos jóvenes luchaban por borrar esa brecha entre obreros e Iglesia. Si un obispo muriera por defender a los obreros (como hizo Ponce en Villa Constitución) la Iglesia quedaría muy bien parada ante las clases más humildes. Los curas podrían haber fraguado lo del atentado para ganar prestigio ante las clases populares, es decir, no atentaron contra el Obispo sino que ante la muerte por accidente de éste forjaron la historia del atentado. Sin embargo, el recuerdo que tengo del velorio es de un dolor sincero y profundo, no parece posible de que estuvieran utilizando la muerte del obispo para sus fines propios. Aunque podría ser que los que participaran en la fragua fueran solo algunos curas, quizás unos pocos (dos, tres, quién sabe) los demás podrían ignorar todos estos tejemaneje que se realizaban durante el velorio. Pero hay por lo menos una dificultad, si el Obispo murió a causa de un accidente y no de un atentado, el accidente fue imprevisto. Hacer que un “accidente” se transforme en un “atentado” no parece algo tan sencillo. Y volviendo sobre lo que dice Agustín, su discurso es coherente, sin embargo es como si quisiera desligar a los militares del asunto. Además, ¿de dónde sacó que el Obispo llevaba documentación importante?

Al día siguiente, Agustín volvió a la sala de descanso de los empleados, pero no mencionaron el tema. Y en los días sucesivos ni siquiera tuvo noticias de él. Recién el lunes de la semana siguiente volvieron a verse, conversaron sobre temas sin importancia y al final de la charla Agustín invita a Pedro a ir ese fin de semana a su casa quinta. Pedro accede y quedan de acuerdo para encontrarse el sábado a las 9 de la mañana en el Parador (a la salida de San Nicolás) y desde allí irán en auto hasta las inmediaciones de Teobald, que allí es la casa quinta de Agustín. Ya se pusieron de acuerdo el lunes porque Agustín estaría el resto de la semana en Buenos Aires y no vendría a trabajar.

Ese martes, Pedro fue a ver a un cura amigo, Fabricio con el que muchas veces había hablado sobre la muerte de Ponce. Entonces le preguntó sobre los supuestos papeles que llevaba el Obispo.

PADRE FABRICIO: ¿Quién te dijo eso?

PEDRO: Agustín Gomez, el gerente de mi trabajo.

P. FABRICIO: ¡¿Agustín Gomez?! Habemos algunos curas que sospechamos que hubo gente de la Iglesia que colaboraron en el asesinato de Ponce. Y este tipo es uno de los que siempre tuvimos más sospechas. Este era en ese momento el tesorero de la Comisión Pro Templo de la Catedral. El Obispo tuvo duros cruces de palabra con él, pero nunca desconfió de su honestidad. En cambio a mi, siempre me pareció que era de una personalidad oscura, estaba siempre en la actitud de quien esconde algo.

PEDRO: ¿Cómo nunca me dijo que él había trabajado junto a Ponce? ¿Cómo nunca lo vi en la Catedral, si cuando yo participaba de la “Casa para Pobres” iba bastante seguido a la Catedral?

P. FABRICIO: Bueno, los de la Comisión evitaban encontrarse con la gente de los barrios. Ellos nunca lo dijeron abiertamente, por cuidar las formas, pero sienten un desprecio profundo por las clases más bajas de la sociedad. Ellos estuvieron en desacuerdo con la actuación de Ponce en el “villazo”, con la creación de la “Casa para Pobres”, con todo lo que Ponce hizo. Contaban con el apoyo del Padre Mancuso, Secretario del Obispo. Cuidate de ese tipo, mirá que es una persona sin escrúpulos.

Después de este diálogo se despidieron. Pedro no dijo nada sobre la invitación a la casa quinta que le había hecho Agustín. No tenía miedo y consideraba que quizás podría develar el misterio de la muerte del Obispo.

Llegó el sábado, se encontraron en el Parador a la hora planeada y a las diez ya estaban en Teobald. Empezaron a tomar mates y ahí fue cuando Agustín volvió a sacar el tema.

AGUSTIN: ¿Estuviste pensando en lo que te dije sobre la muerte de Ponce? Es decir, sobre el accidente.

PEDRO: Sigo convencido de que fue un atentado. Lo que no entiendo es ¿cómo sabés que el Obispo llevaba denuncias a la Conferencia Episcopal? Lo consulté con gente que ha estado investigando secretamente sobre el tema y nadie sabía nada de esos papeles.

AGUSTIN: Pero esos papeles existen.

Luego Agustín se paró y fue a otra habitación, regresó con una carpeta y le dijo: “Tomá, ojeala”. La abrió y leyó:

“San Nicolás, 11 de julio de 1977

DOCUMENTO PARA SER PRESENTADO ANTE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ARGENTINA

En el presente informe se aportan nombres y datos de personas desaparecidas misteriosamente de sus casas desde el período que va desde abril de 1976 hasta el día de la fecha. En todos los casos hay un elemento común: la participación política y la oposición al régimen autoritario que rige en el país.

Antonio Fernandez: empleado metalúrgico, sindicalista. Falta de su casa desde el día 8 de abril del presente año. El Poder Ejecutivo Nacional dice que no está detenido en ninguna cárcel del Estado.

Florencia Sosa: estudiante, 22 años. Participó en una “panfleteada” en contra del gobierno. Falta de su casa desde el 16 de julio de 1976.

Sebastián Vacs: político perteneciente al partido comunista, 40 años. Falta desde el 3 de diciembre de 1976.”

Y había cientos de nombres de desaparecidos. Entonces, Pedro preguntó “¿Cómo llegó esto a tu poder?. Y Agustín, sacando un arma dijo “¿Todavía no entendiste? Pensé que eras más astuto”. Pedro no salía del estupor. Luego reaccionó y dijo: “No me podés hacer nada. Todo el mundo va a saber que fuiste vos.

AGUSTIN: Decime ¿quién sabe que estás acá?

PEDRO: Mi mamá, los compañeros de trabajo.

AGUSTIN: Eliminamos a un Obispo, ¿pensás que nos va a temblar el pulso a la hora de eliminarte? Además, tu mamá murió el año pasado, con tus compañeros sé que no te hablás. Hace mucho que te venimos siguiendo. ¿Te acordás cuando diste en Catedral el discurso de despedida al Obispo, en nombre de los jóvenes? ¿Nunca te preguntaste por qué no aparecía tu nombre en el diario en la noticia sobre las exequias del obispo?

PEDRO: También habló una monja y su nombre no aparece. Pensé que era por la cuestión de no extender demasiado la nota y que se vuelva monótona para el lector.

AGUSTIN: Pues sí, eso era lo que queríamos que piense el lector. ¿Sabés dónde está ahora esa monja?

PEDRO: No

AGUSTIN: Sus padres tampoco. Hace meses que la buscan. Sus nombres fueron obliterados de la nota para que nadie se acuerde de ustedes cuando llegase este día, el de tu desaparición.

Luego aparecieron dos hombres más que lo ataron y lo cargaron en un auto, lo llevaron a orillas del Paraná y allí terminaron con su vida y con todo indicio de su existencia. Es como si Pedro nunca hubiese existido. Se destruyeron las fotos en que aparece Pedro, todo documento en el que aparecía su nombre, su firma o cualquier referencia a su persona. Desde ese día solo existe en la mente de las personas que lo conocieron, pero claro, decir que Pedro existió porque existe como recuerdo es un argumento bastante débil. Es muy sabido que no todo lo que existe en nuestra mente existe o existió en la realidad.

MATERIAL UTILIZADO

· Entrevista al Padre José Luis Aramburu.

· Entrevista al periodista Luis Davobe

· Documental sobre Ponce de León

· Reseña de la vida de Ponce de León “Monseñor Ponce”, realizada por la Comisión diocesana pro informe testimonial sobre Ponce de León, julio de 2008.

· Diario “El Norte”

ACLARACION: No pude realizarle la entrevista al Padre Marciano Alba ya que se encuentra en España y no volverá hasta diciembre.



[1] Propaganda contra los curas tercermundista tomada del documental sobre Ponce de León.

[2] Fragmento transcripto textualmente del informe que Saint Amant envió a Suarez Mason, citado en el documental sobre Ponce de León.

[3] Palabras textuales de Ponce de León, dichas en una homilía, tomadas del documental sobre su muerte.

[4] Diario El Norte, 12 de julio de 1977.